Una de las primeras cosas que llaman la atención al observar un pulpo es su destreza. Mueve esos ocho brazos suyos –y el resto de su cuerpo– con una habilidad y rapidez excepcionales. Lo más curioso es que no tiene estereognosis (capacidad de percibir la forma de un objeto mediante el tacto) y presenta una percepción de los movimientos de su propio cuerpo muy baja a pesar de sus excelentes sensores táctiles, por lo que utiliza la vista para controlar y calibrar permanentemente sus posiciones. Es cosa sabida que escapan con facilidad de cualquier acuario que no esté herméticamente cerrado, a veces ocasionando algún desastre, pero es que también son capaces de realizar acciones complejas que no se dan en casi ninguna otra parte del reino animal.
Los pulpos tienen grandes habilidades cazadoras, que en algunas especies de cefalópodos implican complejos comportamientos grupales (aunque en general son más bien animales solitarios). Su capacidad de comunicación mediante cambios de color, se evidencia capaz de transmitir dos mensajes distintos a dos individuos diferentes en un tipo de sepia –un animal estrechamente relacionado–.
Todo esto nos habla de una clara habilidad para resolver problemas complejos, que es quizá la manifestación más indisputable de la inteligencia. Y para ello, son capaces de manipular herramientas.
Por ejemplo, en el video se puede ver a un pulpo venoso utilizando un coco como escudo y refugio.
Los pulpos son también capaces de aprender por condicionamiento clásico y poseen unas habilidades extraordinarias en memoria espacial (parte de la memoria responsable de registrar la información sobre su entorno y su orientación espacial) y en navegación. Lo cierto es que la inteligencia cefalópoda está todavía muy poco estudiada, por tratarse de una disciplina relativamente nueva y porque los presupuestos asignados al respecto no han sido gran cosa.
Gina & Mai